Crónica de Ruperto Concha: En pro y en paz

 

En la Guerra de Propaganda contra Rusia, el ex presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en un discurso, el pasado miércoles, quiso lanzar las más graves acusaciones contra Rusia por haber invadido Ucrania. Y al hacerlo se le tupió el cerebro y dijo, fíjese Ud, que:

Ha sido una invasión brutal e injustificada… sobre Iraq.

Luego se dio cuenta de la metida de pata y agregó lentamente «eeeh, me equivoqué… quise decir Ucrania… Jeje»

Hizo otra pausa, mientras la gente se reía, y agregó: «Bueno, tomen en cuenta que ya tengo 75 años… Y, como sea… ¡lo de Irak también fue así!».

Así pues, quizás providencialmente, ese ex presidente de Estados Unidos, que lanzó la invasión sobre Iraq, e inició la más brutal escalada de guerras de Estados Unidos del Siglo 21, apareció, ahora, denunciando ante el mundo que las invasiones y las guerras son acciones brutales e injustificadas.

Pero, entonces, ¿por qué no prevalece la negociación diplomática inteligente? ¿Por qué los gobernantes hacen guerras y las naciones, la gente común, acepta ir a la guerra?

 

 

Las guerras de la Antigüedad, todas, incluso las Cruzadas, fueron agresiones codiciosas de naciones fuertes dispuestas a apoderarse de algo valioso que tuviera otra nación presumiblemente más débil.

Hace algo más de 220 años, el joven militar prusiano Carl Von Klausewitz aportó la primera definición inteligente y sincera sobre lo que es la guerra. Dijo: «la guerra es la continuación de la política por otros mediosLa guerra es un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a someterse a nuestra voluntad».

¿Se fija Ud.?… Sea cual fuere el pretexto, la guerra nace de una decisión racional, calculadora, de un gobierno. Y eso es el único factor basado en cálculo inteligente para que la guerra estalle. Los otros dos elementos propios de la guerra son, por un lado, el nacionalismo odioso, la enemistad racial y la violencia primitiva, y, en segundo lugar, el manejo hábil de los recursos, el azar y las probabilidades.

Por supuesto, el joven general prusiano enfatiza que, antes del proyectado inicio de la guerra, es preciso justificar como nobles los intereses que están en juego, y exaltar las pasiones nacionalistas y el odio a la gente común del partido adversario, mediante expresiones que puedan emocionar al público común. ¡Que son los que van a tener que sufrir la guerra!

Todo eso para que se cumpla la decisión política de los políticos que ocupan un gobierno.

 

 

No es del caso, ahora, seguir analizando los intereses económicos y estratégicos que lanzaron a Estados Unidos hacia una estrategia militarizada ininterrumpida desde la Segunda Guerra Mundial. La guerra de Corea, la guerra de Vietnam, sucesivas invasiones y golpes de estado en América Latina, desintegración de Yugoslavia, invasión de Somalía, invasión de Afganistán, invasión de Irak, guerra en Libia contra Anwar Khadaffi, invasión a El Líbano, guerra de Yemen, guerra e invasión de Siria, que fue frustrada por la intervención de Rusia…  en fin.

Lo interesante es que toda esa política internacional militarista ha contado casi invariablemente con el consentimiento o al menos con la indiferencia del pueblo, de la nación estadounidense. Únicamente la Guerra de Vietnam llegó a provocar una reacción enérgica de la base social estadounidense que al menos se tradujo en imponer el principio de «Objeción de Conciencia» que permitiría a los ciudadanos negarse a participar como combatiente en tales guerras.

Fue en 1967, cuando el legendario campeón mundial de boxeo Cassius Clay, o Muhammad Alí, se negó a ir a la guerra de Vietnam.   Fue arrestado como rebelde, acusado de Traición a la Patria y condenado a 5 años de presidio además de una multa de 10 mil dólares de la época, equivalentes a más de 100 mil dólares actuales.

Fuera de eso, le quitaron su título de Campeón Mundial de Box y le anularon su licencia de boxeador profesional.

Pero Cassius Clay se mantuvo firme y apeló ante la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos. Ahí el tribunal supremo revocó todas las condenas en su contra, y confirmó el derecho de la Objeción de Conciencia que está implícito en la Constitución de los Estados Unidos.

Sin embargo, los políticos belicistas y los altos mandos militares encontraron una manera de obligar a que también los objetores de conciencia tuvieran de todos modos que participar en las guerras. Si bien se les eximía de participar en combate, tendrían que participar en la guerra en funciones de transporte, de enfermería, en labores de aseo y en mantención de equipos.

 

 

Así, pues, los gobiernos encontraron la manera de entender la guerra según la definición de Carl Von Klausewitz: «La guerra es la continuación de la política por otros medios».

Y esos «otros medios» para hacer una guerra no son únicamente el armamento y la tecnología militar, incluyendo la tecnología de guerra biológica. Igualmente importantes son los medios de manipulación de la opinión pública. De los sentimientos de la gente, su percepción de la belleza y la fealdad, de lo bondadoso y lo malvado, de sus esperanzas y sus miedos, eso a fin de lograr que la base humana del poder político no se oponga a la decisión terrible que es la guerra.

Para obtener suficiente control de la opinión pública el Poder Político inevitablemente tuvo que aliarse con el Poder Económico, los dueños de los medios de comunicación, televisión, radios, periódicos, redes sociales…

 

Así como la tecnología de espionaje minucioso de las reacciones de la gente a los diferentes estímulos con que se les incita a opinar. Millones de «Me gusta», millones de «No me gusta», millones de contactos que se unen en un momento y que cambian según se modifican elementos que se introducen precisamente para estudiar las reacciones de la gente, tal como se observan los movimientos de las ratas de laboratorio.

Paralelamente a ello, la tecnología, propiedad del Poder Económico ha puesto a disposición del Poder Político un formidable arsenal de instrumentos de espionaje sobre las personas. Desde la vigilancia mediante cámara dotadas de sistemas de reconocimiento facial, hasta sistemas de penetración clandestina en los teléfonos celulares y en los computadores de las personas, sin que las personas se den cuenta.

Por supuesto, esa «alianza» del Poder Político y el Poder Económico, en estos momentos y al menos en el mundo occidental, se traduce en que las estrategias de política internacional son predominantemente establecidas por el Poder Económico. La guerra es para lo que el Poder Económico quiere.

Sin embargo, de alguna manera las bases sociales siguen sin ser por completo, sin ser del todo una masa fácil de manipular. Una multitud de factores imprevistos pueden llevar a transformaciones inesperadas. Es como si el espíritu humano conservara su capacidad de experimentar cambios, crecimientos inesperados en un proceso de evolución incesante…, para bien o para mal.

Y, claro, así como las revoluciones inevitablemente evolucionan, la evolución humana puede desembocar en revoluciones inesperadas.

Por ejemplo, en Estados Unidos, en momentos en que la opinión pública parece respaldar mayoritariamente las decisiones del gobierno en la guerra de Ucrania, las encuestas, sin embargo, muestran que casi dos tercios de la gente está en contra del gobierno de Joseph Biden y al parecer las próximas elecciones, en noviembre, pueden resultar un desastre para el partido Demócrata.

Es decir, hay nuevos sentimientos, nuevas prioridades inesperadas, que están llevando a la gente de Estados Unidos en un rumbo imprevisto y peligroso. Y no solamente la gente de Estados Unidos.

 

 

Claramente, estamos presenciando un fenómeno social que no es únicamente estadounidense. Algo está ocurriendo en el espíritu, en los impulsos psicológicos de la gente. Y ese algo no es producto del surgimiento de nuevas doctrinas políticas.

En gran medida se percibe un aumento de la agresividad de la gente. Los casos de violencia extrema se están produciendo con mayor y mayor frecuencia, no sólo en atentados sangrientos como el protagonizado por el adolescente Payton Gendron, que dejó 10 muertos de raza negra en un centro comercial de Buffalo, Pennsylvania, la semana pasada.

La prensa estadounidense está mostrando cada vez con más frecuencia hechos de extrema violencia, a veces protagonizados incluso por madres que torturan y asesinan a sus propios hijos pequeñitos, a veces protagonizados también por niños pequeños que atacan con ferocidad a otros niños… incluso se ha denunciado que los tablets y notebooks que usan ellos están siendo utilizados para producir graves lesiones cuando lo desean.

La cobertura periodística de esos hechos en Estados Unidos produce la sensación de que el dramático aumento de la agresividad, con rasgos de peligrosidad extrema, fuese un fenómeno propio de ese país. Pero la prensa europea también está mostrando una realidad de violencia y ferocidad incluso en el seno de las familias y entre personas muy jóvenes, incluyendo a niños.

Más allá de la violencia extrema, los educadores, psicólogos e incluso religiosos, están alertando sobre un aumento sin precedentes de otras formas de agresión. Acciones destinadas a provocar sufrimiento, humillación, desprestigio, mediante calumnias, rumores malintencionados o revelación de secretos íntimos. Agresiones que, sin ser físicas, pueden llevar a causar la muerte o a generar violencia física.

Ese aumento de la agresividad obviamente se está produciendo en todas partes, desde la India y Japón hasta África y América Latina. Incluso en nuestro Chile arrinconadito, que era el país con más bajo índice de homicidios, con sólo 3,5 casos anuales por cada cien mil habitantes, ahora aumentó el número de homicidios a 4,6 casos por cada 100 mil habitantes. O sea, un aumento del 30% en los homicidios en poco más de un año.

En Perú, la violencia homicida duplica a la de Chile, y en Brasil la violencia homicida duplica la del Perú. Y en Colombia la violencia homicida llega a 25 homicidios anuales por cada cien mil habitantes, totalizando unos 115 mil asesinatos por año.

Los analistas de este proceso de aumento de la agresividad han observado que la tasa de criminalidad aumenta claramente en las zonas geográficas más cercanas al Ecuador, y relacionan ese fenómeno con el aumento de la temperatura.

De hecho, estadísticamente, la mayor temperatura es un factor que aumenta las reacciones de rabia. Fuera de eso, se ha observado que en climas más fríos las personas tienden a ser más reflexivas y conscientes del efecto futuro de sus actos del momento.

Asimismo, los analistas coinciden en señalar que los inmigrantes son proclives a generar situaciones de violencia, tanto por su condición de extraños entre extraños, como por la situación de pobreza y posiblemente de humillaciones que los afectan.

Por supuesto, también se ha estudiado el efecto del alcohol y otras drogas. Los neurólogos señalan, por ejemplo, que el alcohol provoca disfunción en el córtex frontal del cerebro, donde se produce la evaluación de lo que puede parecer peligroso u ofensivo.

De hecho, en el 57% de los crímenes violentos investigados, los autores habían ingerido alcohol.

 

 

Junto con la inquietud que provoca el aumento de la agresividad de la gente, sobre todo de los jóvenes, los investigadores están observando otros fenómenos que evidencian alteración imprevista o inexplicada de la condición humana en estos días, la condición de la especie humana en estos días.

De hecho, se ha detectado que niñas y niños están llegando a la pubertad a menor edad de lo normal. Un estudio de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, detectó un alto número de casos de niñitas de 6 o 7 años que ya habían desarrollados sus pechos.

Estudios en diversos países muestran también que la edad de comienzo de la pubertad es notoriamente menor tanto en las niñas como en los niños. Este fenómeno puede provocar efectos psicológicos peligrosos, sobre todo en las niñitas. Incluso en muchos casos las niñitas que inician su pubertad antes de los 10 años, tienden a engordar, a veces hasta volverse obesas.

El fenómeno ya está llevando a que se considere normal que la pubertad se inicie a los 7 años en las niñitas de raza blanca, y a los 6 años en las negritas.

Si bien hay acuerdo en detectar los fenómenos de aumento de la agresividad y anticipación de la pubertad como algo ostensible y creciente, no hay acuerdo todavía en detectar las causas de ello.

Hay acuerdo en que el aumento de la temperatura por el cambio climático se suma al aumento de sustancias polucionadoras que, incluso siendo aparentemente inofensivas, como las micropartículas de plástico, se acumulan en el organismo hasta provocar efectos todavía no investigados y potencialmente peligrosos.

Es decir, ya todos admiten que el deterioro por polución del medio ambiente puede estar ya provocando efectos sutiles en la química emocional de las personas. Efectos que ciertamente provocan alteraciones cada vez mayores en la conducta y el desarrollo de las personas que, bueno, son la base social de las naciones, la base social de las políticas.

 

 

Pero, junto con esas alteraciones más evidentes, hay una fuerte corriente de investigadores de la conducta humana que ya está previendo la transformación de nuestra especie humana en una nueva especie que algunos llaman «trans-humana» en que las personas se acoplarán a aparatos tecnológicos capaces de aumentar sus habilidades y capacidades.

Frente a ello, otros consideran el surgimiento de una especie «post-humana», en que nuestra especie evolucionará sin contaminarse con aparatos, pero utilizando la tecnología para perfeccionarse a sí misma, individuo tras individuo, uno a uno y una a una, eliminando, por ejemplo, el proceso de envejecimiento y generando fácilmente todo lo necesario para su placentera y muy sana eternidad.

Eso implica que se alcanzaría una especie de utopía, pero sin el carácter colectivo, multitudinario de las viejas utopías

Y, oiga, al parecer ese salto evolucionario portentoso ya podría estar prácticamente al alcance de la mano. Al parecer se relaciona con una disminución cataclismal de la población mundial, en un proceso de extrema selectividad genética.

Es decir, eso podría ser el fin de la humanidad como la conocemos y el nacimiento de una humanidad que ignoramos.

 

Mientras tanto, las guerras continúan, siguiendo la estúpida definición que les impuso Carl Von Klausewiz hace más de doscientos años: La guerra es la política continuada por otros medios.

¿Será que nos salvaremos a pesar de nosotros mismos?

Hasta la próxima, gente amiga. Hay peligro si avanzamos y hay peligro si no somos capaces de avanzar. Hay que buscar pro lo que buscamos, no contra lo que necesitamos. Hay que buscar en paz, no en guerra.

Fuente: https://resumen.cl/articulos/podcast-cronica-de-ruperto-concha-en-pro-y-en-paz