

Escenas de una jornada de lucha que conmovió la ciudad de Buenos Aires. Desde el cobarde golpe a Beatriz a la tensión en la Casa Rosada. Cómo se fue gestando una tarde de combates donde jubilados, hinchas y militantes le hicieron frente a una policía que tardó muchas horas en liberar la plaza. Una avenida que se llenó de tachos con escenas de resistencia y solidaridad. El aguante de la primera línea y el valor de la posta de salud. Breve crónica de Lucho Aguilar, editor de La Izquierda Diario Argentina, de una escuela de lucha que ayudará a preparar la defensa del derecho a la protesta y derrotar el régimen autoritario de Milei.
El alarido llega como una estampida desde el fondo de la plaza. Cada vez más fuerte. Un centenar de rostros atraviesa el humo de los gases y le devuelve a la infantería la “gentileza” de los últimos minutos.
Para quien no lo escuchó alguna vez, empieza como una serie de gritos confusos, al principio tapados por los estampidos de las Ithacas. Hasta que se van transformando en un solo grito. “Ahoooraaaaaaa”, “vaaaaaaaaamos”.
El jefe del pelotón les pide firmeza a sus hombres, pero no todos cumplen la orden. Dos o tres se tienen que retirar de la escuadra. Están respirando su propia medicina. La radio del comandante del corredor Yrigoyen pide refuerzos. Hace 35 minutos sus hombres no pueden superar la esquina de Solís. De hecho ya perdió 20 metros que había ganado a duras penas y gastó la mitad de los pertrechos que tiene en el camión.
El aire es irrespirable. Pero nadie quiere irse de ahí.
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El primer golpe. Yrigoyen se convirtió, a las 16:45, en uno de los puntos más calientes de la batalla. No era la idea de la convocatoria. Todavía estaban llegando a Plaza Congreso miles de personas: vecinos, hinchas de todos los colores, militantes, grupos con ropa de trabajo de distintas empresas. Los jubilados y jubiladas estaban desde antes.
El plan de batalla de Patricia Bullrich y los comandantes de las cuatro fuerzas federales y la Policía de la Ciudad tenía un primer objetivo: evitar la imagen de una plaza llena y las avenidas cortadas. Para eso había hecho una campaña de miedo. La disputa conyugal con los tanques del periodismo de guerra había entrado en una tregua hasta próximo aviso. Clarín, Infobae y La Nación reportaban a la jefa.
Siguiendo el plan, el brazo armado del gobierno pegó el primer golpe. A las 16:25, cuando los jubilados llegaban desde el Congreso a recibir a hinchas de Chacarita y Central, comenzaron los primeros gases y golpes. Beatriz, jubilada de 87 años, recibió un palazo que la volteó en seco. Para La Nación el efectivo sólo se estaba defendiendo.
En el centro de monitoreo, la ministra sonreía. Su plan golpista estaba en marcha.

A resistir. Si el objetivo de los jubilados y jubiladas era llenar la plaza, tocaba cambiar de plan. Había que defenderla. Resistir.
Volvieron a poner el pecho, pero ahora tenían detrás una nueva guardia, multitudinaria. Una hinchada brava, muy distinto a una barrabrava. Mucho más peligrosa para el poder: no se vende y no tiene negocios por defender.
En la esquina del Molino, una jubilada con la camiseta de Boca insultaba a la policía y mostraba un cartel. “Bullrich vos tenés mucho que perder, yo no”.
Y lo primero que perdió Bullrich fue el control del territorio. El intento de liberar la plaza y el tránsito se chocó con las primeras resistencias de los que estaban y los que llegaban. Gendarmería intentaba liberar Entre Ríos/Callao para volver a la plaza, pero cometía el segundo error de cálculo. Esta vez no eran 500, eran miles. Y mucho más enojados. El pelotón avanzaba golpeando el piso pero en la esquina de Mitre se vio superado.
A 200 metros, Prefectura y la Federal se encontraron con el mismo escenario. Detrás del Congreso salieron los refuerzos de PSA (Policía de Seguridad Aeronáutica).
A las 17 horas, temprano, a la ministra se le empezaba a desdibujar la sonrisa. No tenía plan B.

La Policía no Avanza. La esquina de Solís se convertía en un punto caliente. La orden desde el handy cambiaba: mantener posición y esperar refuerzos. Diez minutos después llegaban los refuerzos, pero no podían avanzar. Una barricada cortaba el paso 50 metros más adelante. Los hidrantes no podían, o no se animaban, a avanzar. Era un movimiento peligroso. Podían quedar atrapados y cientos de personas los iban a recibir. Y no con flores precisamente. El grupo de acción motorizada (GAM) pedía pista con el rugir de los motores. Tienen fama de sanguinarios así que les habilitaban el paso.
La incursión sobre la plaza duraría pocos minutos. Fue lo que tardaron en darse cuenta que nadie les tenía miedo. Ni cariño. Dos motos quedarían como trofeo de la resistencia al final de la tarde.
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Los oficiales que dirigían las operaciones sobre Yrigoyen caían en las peores recetas. Como en 2017 y en la Ley Ómnibus, liberaban a sus hombres para cometer agresiones desesperadas. Empezaban a disparar a la cabeza de los manifestantes. A las 17:15 un escopetero de GNA apuntó a la barricada donde algunos reporteros estaban documentando la represión. Pablo Grillo, de 35 años, recibió el impacto en la frente y quedó inconsciente. Al momento de escribir estas líneas pelea por su vida, junto con el equipo médico que logró salvarlo.

¿Quién manda en el Centro? Del lado de los buenos no hay órdenes claras. No hay ningún “Rafa di Zeo” diciendo qué hacer y cuándo. Los guía la convicción y la audacia. Sino nadie podría entender cómo dos chicas con la camiseta de Boca se ponen a empujar un tacho gigante con otros de River y San Lorenzo, siguiendo las instrucciones de dos obreros con un logo del “Astillero Río Santiago”. “¡Ahí está bien!”.
La división de tareas, si la podemos llamar así, va surgiendo al fragor del combate. Si hay un sector plantado adelante en la barricada, otro se encarga de los embates (y posteriores retrocesos) siguiendo el grito de los más decididos. Si el grueso está sobre las avenidas donde se juega el control de la plaza, otros se dan cuenta que no se pueden descuidar los flancos por donde atacan los pelotones rápidos de PFA. Otros grupos van a reforzar los puntos donde la policía parece avanzar más rápido. “¡A Rivadavia, compas, se colaron por ahí!!”. Si algunos no se quieren despegar del frente, otros prefieren ir a la retaguardia a reconocer el terreno y preparar nuevas barricadas.
Las columnas de la izquierda están más organizadas pero avanzan y retroceden con la multitud.
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De pronto alguien grita “¡cuidado, abranse!”. Un patrullero, con las últimas fuerzas, logra llegar a territorio propio. Tiene los vidrios rotos y le faltan algunas partes. Otro arderá en la esquina de Talcahuano, abandonado por sus dueños.


Escuelas. Los jefes del operativo, quienes cubrimos marchas los conocemos, caminaban a paso desesperado. Ya no había chistes entre ellos ni con los móviles de TN, como todos los miércoles. Daban vueltas, desorbitados. ¿Avanzamos a tiro limpio? ¿Salimos a cazar y detener? ¿Hay más gases?
Algunos empezaban a recordar aquellas tardes de diciembre de 2017. Todavía no eran jefes pero aprendieron en la academia algunas lecciones de aquellas batallas de 10 horas.
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Del lado de los buenos no hay academias. La escuela son los combates dados, aunque se hayan perdido. Como sus jefes gremiales y políticos (PJ) huyen a la calle y la resistencia, la mayoría de los que estaba ayer no había podido probarse en los últimos tiempos. Sino sería distinta la cosa.
Los que tenían más experiencia daban consejos y proponían. Obreros navales que estuvieron en el 2017 se convertían en improvisados “oficiales” sobre Yrigoyen. Militantes de izquierda que están en las calles desde que asumió Milei ayudaban a coordinar en el terreno. Lo mismo muchos (y muchas) peronistas, cansados de que sus dirigentes sigan transando o rosqueando. A los hinchas se les notaban las mañas.
Pero los que iban hacia adelante, una y otra vez, eran los más pibes. Y las pibas también. Como una especie de “infantería ligera”. Ninguno tenía pechera de un sindicato o logo de una empresa. Salieron de sus trabajos precarios, de sus casas precarias, de sus barrios precarios, con el odio suficiente para estar ahí. Son los nietos de las mujeres que quieren dejar sin moratoria y los abuelos que se mueren sin remedios.
Son la primera línea. La que está esperando el “ahoraaaaaaaaaa!”.

Fuerza moral. “¿Estás bien, prensa?”. Un pibe con una herida en la cara me preguntaba por el balazo en el brazo.
La multitud no tiene una placa ni escuadrón que lo identifique, pero puede tener un espíritu de cuerpo diez veces más poderoso. En ese momento, se sienten parte de una misma fuerza combatiente. El jubilado con la piba de San Telmo. El de Chicago con el de Chaca. El trosko con el que tiene la remera de Evita. El cronista con la docente.
“¿Estás bien?” era la frase más escuchada de la tarde. La que calmaba los gases, aflojaba los nervios, daba coraje. Porque no es que nadie se cae. El tema es que haya alguien para levantarte.
Ese compañerismo es el mejor escudo. También la gente que sin planearlo quedó en el medio del terreno y decidió tomar partido. El chofer que cruzó el colectivo para impedir el avance policial, los comerciantes que acercaron agua, limón y óleo, las vecinas que molestaron a la policía en la calle o dentro de los bares para desmoralizarlos. “¡Fuera yuta fuera!”.
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Una de las que sostiene ese aguante es “La posta de salud”, organizada por personal de salud y estudiantes que militan en el PTS o se sumaron a la movida. También otros compañeros y compañeras que asumieron esa tarea en las marchas. Se formó en las movilizaciones contra la Ley Ómnibus y se transformó en un aliado clave de jubilados y sectores en lucha. El rescate y cuidado de los heridos, para que puedan volver al terreno o preservarlos, es un pilar de cualquiera que esté convencido de que nada se conquista sin una pelea dura.
Este miércoles atendieron a 317 personas con traumatismos, hemorragias o problemas respiratorios. La “Rusa” Bregman ayudó a llegar a varios heridos.

Avenida de los Tachos. A las 6 y media de la tarde el ejército de Bullrich lograba avanzar hasta el final de la Plaza Congreso. Ya había recibido refuerzos varias veces y entraba en escena la infantería de la Policía de la Ciudad. Por Avenida de Mayo, señooores, modulaba el jefe.
Los hombres miraban para adelante. Esforzaban su imaginación, pero solo veían fuego y tachos. Ya no podía apreciarse el estilo francés de las cúpulas ni las marquesinas del Teatro Avenida. Los carteles de La Continental, donde manguean la pizza, estaban tapados por el humo.
Una barricada gigante señalaba el inicio de una avenida tomada. Cada 30 metros había otra. Como si un arquitecto hubiese dirigido la obra desde la terraza del Pasaje Barolo, la disposición de los tachos permitía el retroceso ordenado de los manifestantes pero complicaba el avance de los hidrantes y escuadrones grandes.
El avance policial se hacía mucho más lento de lo previsto. A los tachos había que sumarle las incursiones de las brigadas de la resistencia, dispuestas en cada esquina. Tacuarí, Chacabuco, Bolívar… ¿no son acaso nombres que recuerdan algunas batallas por la liberación?

El fantasma de De la Rúa. Cerca de las 7 de la tarde volvieron a quedar expuestos los errores de Bullrich y sus comandantes. Con el casette en la represión de la Ley Bases, creyeron que iban a poder neutralizar la protesta sobre 9 de julio para que la Policía de la Ciudad desate la cacería que daría paso a la otra parte del plan: un centenar de detenidos a los que iniciarles causas federales.
Pero la existencia de “focos” que resistían en distintos puntos del centro había dispersado a las fuerzas gubernamentales. Las barricadas de la Avenida demoraron al pelotón principal. Plaza de Mayo no estaba contemplada en el mapa de fuerzas y quedó en manos de un sector de manifestantes. Entre las columnas del Cabildo y las calles de la City se vieron escenas belicosas. Las escaleras de la Catedral parecían una tribuna de cancha. Qué diría el santo padre.
Cuando los jefes de seguridad de Casa Rosada vieron hinchas colgados de las rejas colgando la bandera “Con los jubilados no se jode” supieron que estaban en problemas. No eran los festejos del Mundial. Era una imagen peligrosa. Un “recuerdo del futuro” que nadie quiere ni imaginar.
El escuadrón de Gendarmería llegó a tiempo para apostarse en el portón principal de casa de gobierno. Pero la defensa era al mismo tiempo una escena de debilidad. ¿Cómo *ierda llegaron hasta ahí? La pregunta circulaba en los grupos cercanos a Milei.

Algo cambió. El fuego siguió ardiendo ya entrada la noche, cuando se encendieron las cacerolas en casi todos los barrios porteños. Algunas columnas marcharon hasta Plaza de Mayo. Y no por la vereda. Era otro cachetazo al protocolo derechista.
A esa hora, el periodismo de guerra buscaba pelear el balance de la jornada en un “prime time” lleno de mentiras. Pero los grandes medios han perdido tanta credibilidad como los partidos tradicionales (y ahora el estafador Milei). Los videos de La Izquierda Diario se viralizaban en medio de la madrugada. ¿Quién podía dormirse temprano después de tanto agite?
A Bullrich le quedaba una derrota más el mismo miércoles. Antes de la medianoche la jueza Andrade ordenaba la liberación inmediata de las y los detenidos, considerando que se estaba violando el derecho de protesta. No era más que la expresión del repudio generalizado que había causado la represión. Un repudio que ese día no se había quedado en el lamento y la queja. En el like o la puteada al televisor. Se había transformado en una fuerza callejera que se le había animado a la barrabrava más mafiosa del país.
Es cierto. Esto recién empieza. Pero algo cambió: hay miles que empiezan a sumarse a la resistencia, que no quieren esperar más la rosca y las internas del peronismo y la CGT, que le dan la espalda al relato del “gobierno fuerte”, “no se puede marchar”, “esperemos las elecciones”.
Las próximas jornadas tenemos que ser muchos y muchas más, en todo el país. Hasta derrotar la represión, el protocolo y todo el ajuste de Milei y los grandes empresarios. Por Beatriz, por Pablo y por los días felices del pueblo trabajador.